sexta-feira, maio 08, 2009

Puerta al cielo




“ Me llamo María, no soy virgen, pero estoy en busca de un José. No importa si no es carpintero. Mi número es…”

Y José que no era carpintero, pero también buscaba a su “María”, inmediatamente marcó el número que aparecía al final del papel que habían deslizado por debajo de la puerta.

La respuesta no fue satisfactoria. Nadie le contestó, y José que llevaba años esperando a su “María” comenzó a dudar sobre la autenticidad del recado. Afuera llovía y las goteras de la cocina resonaban en su cabeza, “ploc, ploc”, aumentaba la desesperación y el ya de por sí insoportable dolor de cabeza.

José se recostó y pensó en “María” ¿Existía? ¿Lo deseaba tanto como él a ella? Miró el techo por horas, hasta que finalmente se quedó dormido. Esa noche soñó que “María” pedía posada en su casa. Cuando estaba a punto de abrir la puerta lo despertó el susurro culpable de alguien bajando la escalera del edificio. Su sueño, como su voluntad, era ligero.

En el suelo otro papel:

“Por favor, dime que no eres carpintero…María”


Y José, que no era carpintero, suspiró aliviado. No tenía trabajo, pero por lo menos no era carpintero. Estuvo de buen humor toda la mañana, limpió el pequeño apartamento, se bañó y escondió la cuerda. No quiso tirarla, pues nunca está demás tener bajo la cama una cuerda.

A la hora de la comida sonó el teléfono:

“José, José, soy María, dime si ya hiciste tus oraciones, recuerda que antes de comer, de comernos tenemos que orar. Dime ¿Quieres que sea tu María?”

Y José que jamás oraba enmudeció, no pudo decir que sí, que la esperaba, que soñaba con ella aun sin conocerla. “Carajo” Gritó cuando le colgaron el teléfono y corrió al baño a buscar su navaja, la hundió en uno de sus brazos, sólo se castigaba, no quería morir, no ese día. María existía y en algún lugar ella lo observaba.

Pasaron varios días sin noticias de María y por cada noche en que José la soñaba entrar desnuda en su cama se hacía un nuevo corte con la gillette oxidada. Apenas conseguía levantar el brazo izquierdo.

Chupó una de las heridas que comenzaba a cicatrizar y tomó café. María llamó a la puerta la mañana del noveno día. José abrió con desgano, la miró a los ojos y ella le habló al oído:

“No soy virgen, pero vine a curarte para después castigarte…”

Y José que jamás había sido castigado por manos ajenas la invitó a pasar, se dejó hacer y se venció ante unas piernas, que abiertas le mostraban la mismísima puerta al cielo.

Por: Cristina Maldonado

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