sábado, abril 18, 2009

Abismos


Todos los cielos son abismos, es por eso que los pájaros tienen alas,
de no tenerlas jamás volverían a tierra.
Cristina Maldonado
Foto: Celestun, Yucatán. Feb 2009


sexta-feira, abril 03, 2009

Un deseo, lo que resta





Y dijo la maestra: no voy a poder comentar este cuento, lo siento...
y yo sonreí, era la sensación que quería causar...
Los recuerdos duelen. Todos los días antes quedarse dormido pide un deseo: despertar en un momento menos doloroso. Un momento en el que la mayor preocupación la representaba el profesor de matemáticas o las visitas al dentista. La escuela, sus padres, la sopa a mediodía, los amigos de la cuadra, se le presentan como en álbum fotográfico descolorido. El álbum también la tiene a ella, sonríe, es la única foto, el único recuerdo que conserva color.

Una voz de mujer le habla al oído: “Rani, ya debe estar listo tu baño” Un baño caliente y con shampoo y al terminar una toalla suave que envuelva su cuerpo entero. Es inútil, lo que acaba de escuchar es uno de tantos recuerdos que como agujas se clavan en su espalda.

Cierra los ojos, aprieta los párpados, tan fuerte como si quisiera quedarse ciego para siempre. Reza y murmura muy bajo de nuevo su deseo. Finge dormir y se dice así mismo: “No es nada, después pasa” y entre recuerdos y realidad de pronto se encuentra en casa. Al fondo suena una música que no consigue identificar y en la cocina el horno guarda el último suspiro de un platillo que no ha de comer.

El dolor de cabeza lo hace volver y llora al concebir su horrible condición. La celda es fría y no tiene ventanas al jardín. Rani poco recuerda el mundo exterior, ha perdido poco a poco la noción del tiempo, jamás ve el sol, solo sabe que es de noche cuando el carcelero le pasa una charola con café negro y un pedazo de pan. Come sin ganas y piensa en ella, en su voz y en su blanco cuerpo, que fue suyo tantas veces.

Otro lapso de ausencia se aparece ante él y la oscuridad le trae de nuevo un vívido recuerdo: “Podríamos ir a tomar un trago al bar” “Bueno, sí” responde Rani y dispuesto a tomar las llaves y salir de casa, cae al suelo y vomita la cena mezclada con la sangre que su hígado no logra retener. Continúa entre esas cuatro paredes y ella no está. Los golpes que recibió la última semana que pasó a su lado fueron tantos que solo le resta vomitar lo poco vivo que sobra dentro suyo.

Aquella noche quisieron hacer el amor como la pareja normal que aparentaban ser. Ya no podría. Estuvieron golpeándose, mordiéndose. Cada caricia tierna llevaba a una profunda cicatriz que les haría recordar lo mucho que se amaban. La idea surgió de ella, quería que la golpeara sin piedad y la llamara puta. Rani dudó y le preguntó si estaba segura de lo que eso representaba: “Sí, querido” y se arrodilló ante él, quien la pateó y la insultó sin piedad. Lloraba quedamente y suspiró. “¿Qué fue eso?” Preguntó Rani, “Nada, nada” y cerró los ojos.

Ya entrada la madrugada Rani sintió la cama demasiado húmeda, las sábanas estaban empapadas de sangre, su amada ya no se quejaba, tampoco respiraba.

Pasaron varios días hasta que la podredumbre del cuerpo muerto comenzó a llamar la atención de las narices vecinas.

Golpean la puerta de su celda y el recuerdo de aquella noche con su amor se desvanece. El guardia le indica que es hora de tomar su baño semanal y Rani que prefiere el hediondo olor de la sangre coagulada dice: “Lástima, se está bien aquí. Preferiría quedarme, si no le molesta”.
Cristina Maldonado